Rodeada de un hermoso paisaje natural y con aire pueblerino la estancia “La Sardó ”, en la localidad de Baradero, era el refugio necesario de los enamorados novios durante los fines de semana. Allí, entre la imponente vegetación conformada por un bosque de ligustros, un arroyo de aguas cristalinas y flora silvestre, se erigía una soberbia construcción tipo colonial que había sido en algún tiempo, la residencia de un prestigioso militar argentino del siglo XIX y que fuera comprada a los herederos por intermedio de una conocida inmobiliaria en varios millones de pesos argentinos.
El matrimonio González tenía su residencia laboral en Buenos Aires. Eran abogados de una firma multinacional de gaseosas. Se conocieron naturalmente en dicho ámbito laboral y después de 2 años de noviazgo decidieron formalizar su unión.
Viajaban asiduamente durante su etapa de noviazgo a la “Sardó”, a ese entorno de naturaleza y paz para recuperarse del estrés que imponía la civilización y el ruido de la ciudad, y también para disfrutar del aire limpio del campo.
El, se llamaba Norberto González, tenía 40 años, de complexión robusta, oriundo de la ciudad de Santa Fe. Ella se llamaba Rebeca flores Jaramillo, hija de españoles, de 28 años, alta, de 1,85 mts aproximadamente, morocha de ojos verdes y dueña de un cuerpo escultural. Se conocieron en el comedor de la empresa y el “flechazo” fue tal que ninguno pudo pronunciar palabra al momento de saludarse, sólo hablaron sus ojos y sus rostros sonrojados; lo demás fue una eterna construcción de intercambios de correos y salidas a diferentes restoranes en Puerto Madero.
Norberto, que era por naturaleza un jugador y “cabalero”, tuvo la suerte de acertar el LOTO y hacerse de $ 7.000.000. Se compró un departamento en Palermo y una moto japonesa de alta cilindrada con la cual llevaba a su novia a todas partes.
Vivieron durante 2 años de juerga en juerga, hasta que un día ella le susurró al oído que lo amaba. Fue allí, recién, cuando a Norberto le cayó la ficha y pensó en formalizar la relación. Se casaron un martes 13 por civil y nunca por iglesia, no eran devotos creyentes de ninguna religión.
Una vez casados, decidieron pasar su luna de miel en Mar del Plata y estuvieron allí más de 2 meses, disfrutando de todos los deleites que el dinero puede comprar, sin privarse de nada.
Creo que fue un 28 de febrero cuando Rebeca le dijo a su marido que estaba embarazada. Fue un anuncio que revolucionó la vida de Norberto (El jamás le había dicho a su compañera que padecía de infertilidad). Al otro día decidieron viajar a Buenos Aires, poner en venta el departamento y refugiarse en la “Sardó”.
Armaron su equipaje, contrataron un servicio de mudanza y su destino fue la estancia.
Norberto convenció a su esposa para que ella viajara primero mientras él arreglaba unos asuntos comerciales, referidos al departamento y a la moto.
Rebeca tomó un remis y se fue a la “Sardó” llevando consigo 7 bolsos, los de él y los de ella, que guardó en el baúl del auto.
En el cerebro de NORBERTO las preguntas revoloteaban a mil. Llamó por celular a su médico y le pidió una cita urgente, la cual le fue concedida inmediatamente. Su médico le explicó que su problema era “Aplasia de células germinales“ y que para ser honesto, jamás podría fecundar a su pareja, pero que no perdiera la calma que, tarde o temprano, la ciencia descubriría la forma de subsanar este inconveniente.
Norberto, saco de su portafolio la chequera y extendió al médico un cheque por $ 5.000 y le dijo que lo pusiera al tanto de los progresos de la medicina en ese campo. Llamó por celular a Rebeca y le dijo que en unos horas finiquitaría todas las operaciones comerciales y luego se reuniría con ella.
El sabía perfectamente o, sincronizadamente, que ella nunca llegaría a la estancia porque en uno de los bolsos había una bomba.
Norberto tomó coraje, antes bebió media botella de whisky, y rumbeó hacia la panamericana con la moto. Se estrelló a 180 km/h con un camión arenero. Falleció en el acto.
(Tal parece que nuevamente “se reencontraron”)
En la puerta de entrada de la estancia “La Sardó”, un letrero de una conocida inmobiliaria, ofrece en venta la propiedad, a precio vil.