Te he visto transpirar, ¡oh, mi lumbrera!
entre cielos y vastas geografías
y en un romance tierno, la quimera
de tu escorzo, pintó mis alegrías.
En tu repulgue mudo, flota entera,
aquella faz de nácar que parías,
y divisé tu luz tan placentera
sobre ese mar azul en que dormías.
La bondad de tu lumen es un fresco
que inmortaliza el ámbar en la roca;
hoy la acuarela surge anonadada.
Nueve fueron las lunas de tu boca
que tornaron mi lienzo pintoresco
y sólo fue de ti, ¡la pincelada!.