Cuentan los hombres (pero Dios sabe más) que en la República Perdida gobernaba un tal, Néstor K. Este mandatario, adicto al poder, mandó a construir una torre inmensa en pleno barrio céntrico para maravilla de sus oponentes. Se trataba de una faraónica torre con 100 departamentos lujosamente amueblados. Invitó a todos sus opositores y les indicó que cada departamento era una donación que les hacía para acallar sus voces. De las cien personas invitadas, noventa y nueve aceptaron el ofrecimiento, pero solamente una dijo: YO VALGO MAS QUE ESTO, - pienso que tal vez se trataba de un sindicalista importante -.
Al año siguiente fallece Néstor K, y su esposa, sucesora del trono, decide invitar nuevamente a todo el arco opositor y a los K militantes, en una subasta pública para vender el departamento de aquella gran torre. Acuden legisladores, sindicalistas, barras bravas, y simpatizantes del poder. En un acto solemne se abre la subasta, y la base son apenas unos pocos millones. Todos sacan a relucir la “BANELCO” y otros, venidos del interior seguramente, descubren un manojo de billetes multicolores o CUASI MONEDAS.
El subastador comienza la operación sobre una base de diez millones de pesos, sólo un sindicalista, representante de los camioneros, ofrece redoblar la oferta y retruca veinte millones. Nadie opone una contra oferta y un, dos, tres, el subastador baja el martillo. Operación cerrada, el sindicalista se queda con el departamento.
El escenario se puebla de muchedumbres adictas al sindicalista y cortan la 9 de Julio en acto simbólico.
La señora, sucesora del trono, llama al sindicalista, flamante dueño del departamento de la fastuosa torre K, para decirle que el precio de la suite equivale a la no presión por aumentos salariales por el término de un año. Se firman los papeles de posesión del inmueble y un acta de compromiso de “no molestar con ajustes de salarios” y “negación de la inflación” y que los veinte millones serían destinados a la prensa, a los legisladores, jueces, políticos, y miembros adictos al proyecto K, y que, obviamente, a través de subsidios recuperaría el dinero de la obra social. (Ningún dinero sale del bolsillo, en este caso, la obra social de los trabajadores financia la operación).
Corolario:
En el primer laberinto, la compra de voluntades pierde a los hombres por su avaricia y su falta de honestidad hacia sus representados.
En el segundo laberinto, se pierde la fe de todo un pueblo que vio "licuarse" su salario, en manos de quien podía recuperar la dignidad de los trabajadores.
“LA GLORIA SEA PARA AQUEL QUE NO SE VENDE”