Tan distante, tan renuente, tan sigilosa
va la luna asomando en la ensenada.
Conlleva el estro del sol en su guarida
y en el estuario deposita una lágrima.
Se permuta en aureola y va descalza.
En el vituperio de la noche,
insigne,
su cuerpo de hada dibuja;
En témperas rojas, ayer plateadas
y va solícita a la madrugada, soñando
otro acontecer.
No quiere el atuendo de la sangre
del odio de la guerra
y apuesta al infinito.
En su fulgor, una dioptría de sal
y el atisbo de una Era.
Va de suyo suponer el espacio
y engendrar una diáspora
y contener el gemido.
Su cuarto engendra el menguante
y su pasión embriaga a la noche
con arpegio y conjuros de bruja.
No es ella sino tal vez la bruma;
aunque su consorte espera …
Allí, tras la ensenada de su tinte, una burbuja
Que lo exonere.