Adonde la esencia no puede al crisol
la tarde toda deja su sinalefa incorpórea
entre la arena y el mar.
Y tiembla el minuto arraigado en el preciso horizonte
en tanto se agota la fiebre del cielo.
Finas partículas condecoran el ocaso
entre reflejos flavos y otros;
el viento muerde la ochava
derribando aquellos castillos de arena.
¡Lingotes de salinidad en los efluvios del mar!
y atormentada luna, hoy, en paralelo
naciendo ...
duerme en silicio los ojos.
Ríe la mar tras el oleaje
-fija su acento el destino en las horas-,
ante mi, todo se disipa y se expande
Sueños...
Colores que ya se desmayan en la tarde,
Imagen de un amor que ya se ha ido para no volver.