Dos amigos inseparables, hombre y perro, habían llegado desde lejos hasta la ciudad Encantada. Una vez allí, buscaron una palmera para cobijarse bajo su sombra, dado que el sol era sumamente abrasador.
La ciudad encantada era una metrópoli donde no existían calles asfaltadas, ni edificios, ni autos ni tranvía, y sólo se llegaba a ella a través de una fatigosa y extensa caminata por el desierto.
El hombre y el perro consiguieron llegar a la ciudad Encantada luego de varias jornadas de peregrinar por el Sahara. La meta de ambos era cumplir con una promesa y también transformar la gesta en una hazaña, dado que según cuentan los anales de la historia, jamás ninguna dupla “hombre – perro” había podido llegar a la ciudad Encantada.
“La ciudad Encantada – pensaba el hombre en voz alta – está tan lejos, pero a su vez está tan cerca, que nadie que no haya hecho el sacrificio de cruzar el desierto podría entenderlo” . Esto decía el hombre mientras el perro marcaba su territorio alrededor de la Palmera.
Ambos, humano y fiera, habían dado con el objetivo de materializar su anhelo, llegar a la ciudad Encantada.