Sollozo en ti, al alba,
capullo misterioso,
dueño de un otoño
sin flores.
Ya no resisto el aroma
de estar solo
en esta geografía;
beso el labio
y amanezco desnudo.
Desposo a la imagen
y me entrego,
simplemente,
para ver tu ombligo.
Dibujado de pétalos, tu cáliz
hoy sangró la rosa
en la pared
y dejó una apatía.
Incruste de almidón
y sobre la abulia
del jardín
una tenue dimensión
del pensamiento.
Engarce de cenizas
y una belleza de nardos
y tus ojos quedos...
Nada. Obviamente el silencio
y la teogonía del espanto.
Tu figura enorme, emancipada,
dejaba atrás la tarde triste:
entre mortajas diste tu adiós
y no dijiste nada...
(Ni tan siquiera, dentro de tu escala
de valores, alcancé la gracia de un pronombre)