Perdóname este destierro
¡Viejo amigo, perro viejo!
tus ladridos acompañarán mi pesar
en el recuerdo.
Preguntaría a Pavlov -si pudiera-
si era cierto,
que tus ladridos a las estrellas
eran una queja a Dios
por haber encarcelado un alma noble
en un cuerpo tan pequeño.
Tú que corrías, saltabas y jugabas con nosotros
cuando niños;
¡nunca te cansabas,
nunca te aburrías
nunca te quejabas!.
Ahora en el patio de la casa
y a la sombra de un pino
sólo tú y un hueso carcomido.
Echado de olvido,
huérfano de afectos
te dejaste ir…
y contigo nuestra infancia.
Tú que ahuyentabas al miedo de las sombras
con voz de trueno
y animabas el silencio de esos días tristes y flacos
ladrando a los gorriones
o gruñendo al gato del vecino
nunca te he visto llorar
¡Que digo!
Si sólo me acuerdo de ti ahora
que has muerto!!!