Labio mariposado en flor
resumido en fiebre;
pecho erguido en tallo,
almidonado en deleite
y un colirio en parietal.
Cosmos atrapante en la perfecta
víscera del ojo.
Humedad en las manos
y sueños sin tabúes;
un enorme placer tras desvarío
y un ejercito de hormonas,
alborotadas.
Sucumbe ante la moza
el estallido juvenil
y renace el
collage tras el gemido de la luna.
Agazapada la esencia
en un esfuerzo sanguíneo
renueva el eco
de la postal azul
en el prado.
Despistan los tulipanes
a los colores
y juegan las algarabías
en un contoneo constante.
Se yergue la noche en el prado
y la luna colige la posta:
el alumbrado es preciso
y un beso destila
su miel.
La tangente a la silueta
absorbe en ósmosis el perfume
de una rosa...
y tras el paso firme del deseo,
se completa el rito:
un joven caballero deposita su óbolo
de lujuria y amor
sobre pétalos dorados
y acaricia el sigilo
hasta descubrir el inmenso terruño
de un mar
elocuente y absoluto.